La trilogía de los milagros
(By Santiago Ambao) Read EbookSize | 29 MB (29,088 KB) |
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Author | Santiago Ambao |
La invención de Dios
¿Qué hacer cuando uno encuentra lo que no busca? Tras veinte años dedicados al estudio teológico intentando probar la existencia de Dios, Morganti, el párroco de Villa Lorenzetti, concluye que ha demostrado científicamente todo lo contrario: DIOS NO EXISTE. Aun así le da una última oportunidad para demostrar que no es un invento del hombre, un ultimátum de 72 horas en las que tendrá que obrar un milagro: «Sí, el de los panes estaría bien… o el de las Bodas de Caná sería lindo, el del vino». Mientras el reloj descuenta horas, Morganti, ayudado por el Nuevo Frente Teológico de Liberación, ocupa la todavía no inaugurada Catedral de Villa Lorenzetti a la espera de que se cumpla el plazo. El intendente Carlos Suárez, con un ojo en el pueblo y otro en su carrera política, tendrá que hacer equilibrios a través de la repentina locura del párroco, la iglesia católica y la cambiante opinión pública. Así nace La invención de Dios, una hilarante sátira teo-política.
«La invención de Dios, una historia que pretende, antes que nada, entretener y hacer reír y, por ahí si después al lector le parece, reflexionar un poco sobre algunos temas relacionados con la conflictividad social, algunas formas de hacer política y el vínculo entre los hombres y ese Dios escurridizo tan poco afecto a dar la cara». Santiago Ambao
La última joda de Rinaldi
Rinaldi es gafe, mufa, cenizo… un rigor matemático regía la fatalidad de su influencia: en donde asomaba la jeta, las cosas salían mal, donde metía la mano acontecía una tragedia. Estaba demostrado, en serio, los muchachos habían sacado estadísticas minuciosas, sus conclusiones, rotundas.
Valdepietro está apunto de cerrar el negocio más importante de su carrera, es sencillo, los uruguayos eran buenos clientes, solo había que viajar a Tucumán. Su jefe le asigna como compañero a Rinaldi, ahí palmó la historia. No tarda en desbordarse el fatal influjo del cenizo: el tren se avería en mitad del desierto, la empresa ferroviaria entra en quiebra y en el gobierno central argentino hay tal quilombo que muchos temen que el país se rompa. El paso de las horas, la falta de agua y la casual presencia de un numeroso grupo religioso que se dirigía a una convención en Tucumán, divide el tren en dos bandos: la delegación de curas dogmatizados y una avanzada de neopostroskos optimistas. Sarcasmo, humor, política y moral en una lucha por controlar el nuevo orden mundial desde un tren varado en el desierto.
«Y por más raro que parezca, algo así pasó hace no tanto, en nuestro querido norte. La batida entre los auspiciantes de un regreso al oscurantismo medieval y los adalides de la construcción del hombre nuevo fue eclipsada por un país que parecía desgajarse. Pero merecía que alguien la rescatase, y por eso la cuento en La última joda de Rinaldi.» Santiago Ambao.
Un milagro al revés
Florindo Saucedo es un pueblo al que le dieron el rango de municipio por descuido. Algún paisano que trabajaba como asesor de un diputado retocó un proyecto de ley y claro, con más de cien municipios, se coló. Se ve que los diputados votaron sin leer el detalle. Cosas que pasan, pero tampoco cambió demasiado el panorama, Florindo Saucedo siempre estuvo relegado. Bueno, hasta que el gobierno promulgó una ley de salud mental. Ahí se dio la vuelta la tortilla. El proyecto proponía facilitar dos millones de pesos para la construcción de un hospital psiquiátrico y una subvención anual por cada internado. El tema era que, según la Ley de Descentralización de Sanidad Mental, la subvención debía invertirse en la construcción de un hospital psiquiátrico. Y les surgió una controversia: en Florindo Saucedo no tenían locos. Ni uno. ¿Me lo pueden creer? Bueno, ninguno que valiera la pena encerrar, a Álvarez le había saltado la térmica después del último mundial, pero lo cuidaban entre todos.
Ahí el intendente Arriaga, con más dudas que certezas, acepta inscribir en las listas de trastornados que se envían al ministerio a ciudadanos sanos…”